Vacunas: el origen

Jacqueline Robledo

INVESTIGACIÓN CLÍNICA

8/24/20214 min read

     Cuando éramos chicos, algunas veces, cuando íbamos al doctor, no tocaba que nos pusieran unas inyecciones, ya sea en el brazo, en la pierna, en las pompis o a veces eran unas gotitas tomadas… ¡para vacunarnos! Y ni nos preguntaban, eran obligatorias, se anotaban en la cartilla, y ya. ¡A veces hasta iban de sorpresa a las escuelas a ponerlas! Era normal para nosotros, no lo cuestionábamos, no pensábamos si tenía efectos secundarios (tal vez un poco de fiebre y dolor en el lugar de la aplicación), o si era segura, o cuánto duraba la protección; confiábamos en los doctores, que nos decían que era para prevenir enfermedades que antes eran graves, muy contagiosas, o con secuelas, y ya. Vacunas contra el sarampión, la tosferina, la rubeola, las paperas, la poliomielitis, la tuberculosis, la varicela, el tétanos, y muchas más, con sus refuerzos incluidos, eran aplicadas a todos los niños no solo de México, sino del mundo, y lo siguen siendo. 

     Pero ahora, desde la aparición del coronavirus, las vacunas salen de nuevo a la luz, preocupándonos por su desarrollo, estudios clínicos, eficacia, efectos secundarios y más. Pero, ¿se han preguntado cómo surgieron las vacunas?

    En español es fácil saber un poco de su origen por la misma palabra, vacuna, derivada o relacionada con las vacas, y en la escuela nos enseñaron algo sobre ello, que ya se nos olvidó. Así que hoy les presento: el origen de las vacunas.

     Los primeros registros de vacunación se encontraron en China (sí, China es el origen de muchas cosas, la pólvora, el papel, la pasta, etc.), donde alrededor del año 1600, el emperador K´ang Hsi, quien había padecido viruela cuando era chiquito, hizo que a sus hijos se les aplicara la primera vacuna: costras molidas (¡guácala!) de las lesiones de viruela de alguien enfermo, y les hicieron inhalar el polvo. A esto se le llama variolización (variola en latín, es viruela). También se sabe que se rascaba un poco de la materia de las pústulas de alguien enfermo y se le ponía en el brazo a una persona sana. No se conoce a ciencia cierta qué tanta protección daba esta actividad. Se piensa que estas prácticas pueden datar desde antes del año 200 antes de Cristo.

     La era moderna de la vacunación, y a la cual debe su nombre, se dio con el doctor Edward Jenner (sin parentesco alguno con Bruce o Kylie). Él nació en Inglaterra, y fue aprendiz de boticario, y fue ahí donde oyó por primera vez el “chisme” de que las lecheras, que se dedicaban a ordeñar vacas, decían que nunca tendrían la cara desfigurada por la viruela, porque ya habían tenido viruela bovina. Pero fue muchos años después, cuando ya se había convertido en médico cirujano, además de científico y naturalista, que retomó la idea de que la viruela bovina protegía contra la viruela humana y podría trasmitirse “a propósito” para proteger a otras personas. En mayo de 1796, Jenner encontró a una lechera llamada Sarah Nelms, que tenía pústulas frescas de viruela bovina en las manos y brazos, y con la materia de dichas lesiones, inoculó (introdujo en una pequeña lesión en la piel) a un niño de 8 años, James Phipps. El niño sufrió una fiebre ligera, y un poco de dolor cerca de la axila, y a los nueve días sintió un poco de frío y perdió el apetito, pero al día siguiente se sintió mucho mejor. En julio, inoculó de nuevo al niño, que no desarrolló ninguna enfermedad, y Jenner concluyó que la protección estaba completa. ¿Le habrán pedido permiso a sus papás? ¿Le habrán explicado los riesgos? ¿Les pagarían a él ya Sarah? No se sabe.

     Jenner quiso publicar su estudio en la Sociedad Real de Inglaterra, pero lo rechazaron por ser solo un caso. Después, en 1798, tras haber añadido algunos casos más al estudio, publicó un panfleto con sus hallazgos, pero no fue muy bien recibido por la comunidad médica. Ahí fue cuando nombró al proceso vacunación (vaccination, ya que el nombre científico de la viruela bovina es Variola vaccinae). Cuando quiso buscar más voluntarios para continuar sus estudios, nadie se ofrecía. Fue gracias a otros colegas en Londres, que el proceso de vacunación empezó a ser aceptado, a tener más voluntarios y confirmar sus efectos protectores contra la viruela humana. 


     Para el año de 1800, el proceso ya se había dispersado por toda Europa. Jenner no fue realmente el primero en descubrir la vacunación, pero fue el primero en darle un estatus científico al proceso y hacer seriamente una investigación científica.

 
     Gracias a él, y tras casi 200 años, el 8 de mayo de 1980, la Organización Mundial de la Salud declaró erradicada (que ya no existe) a la viruela, dando gracias porque el mundo estaba completamente libre de esta enfermedad, que había causado epidemias devastadoras en muchos países desde tiempos inmemoriales, y que causó millones de desfiguraciones, casos de ceguera y muerte (como fue el caso de millones de indígenas en América tras la llegada de los conquistadores, ya que no tenían protección alguna contra la enfermedad, que era desconocida en el continente).

     Para aquellos que dudan sobre la vacunación: el exponer al cuerpo a un agente causante de la enfermedad (virus, bacteria, ya sean vivos, muertos, débiles, completos, parte de ellos, o información para producir una parte de ellos, o toxinas, entre otros), ayuda al organismo para prepararse y reconocer cuando llegue la enfermedad real y poder combatirla, ya sea para que no se presente, no tenga síntomas, o no sea tan grave o mortal. 


     Este es el origen de las vacunas. Si quieren saber cómo funcionan, cómo se prueban hoy en día, cómo llegaron a nuestro país y más, síganos en nuestros próximos posts en el blog de Investigación POP.  Y no se pierdan nuestros podcasts en la página principal.