Guácala, no me quiero tomar la medicina
Jacqueline Robledo


Una parte no muy conocida de la investigación clínica es el estudio de los sabores de los medicamentos. Ustedes pensarán: esto que importa, lo verdadeamente importante es que la medicina sirva, además, la mayoría de los medicamentos vienen en forma de “pastillas” o inyecciones y de todos modos no saben a nada. Pero, ¿no se acuerdan de cuando eran chiquitos, o tienen hijos? ¿Ah, verdad?
¿Recuerdan la famosísima Emulsión de Scott? ¿Con un rico sabor a pescado, que los obligaban a tomar para estar sanos y fuertes? ¿Y que se tenían que tapar la nariz para poder pasársela? Bueno, dependiendo de la edad de nuestros lectores, las primeras versiones de este aceite de hígado de bacalao no tenían saborizante alguno. Con el paso de los años trataron de mejorar y le añadieron sabor naranja o cereza… pero sabía horrible de todos modos.
La cosa más horrible que he probado en toda mi vida es una suspensión llamada Kaomycin, para… infecciones del aparato digestivo, de las que tienes que correr, ya saben de lo que hablo. Tenía caolín y pectina, y además un antibiótico. No me la pude tomar. Y ya no estaba chiquita, tenía mas de 20 años. Lo mezclé con leche, chocolate, jugo, y nada. Por más que me lo trataba de tomar, mi cuerpo lo “regresaba”. Ahora imagínense a los pobres niños chiquitos cuando les tienes que dar una medicina y no les gusta. No nada más es porque sean melindrosos, o porque estén haciendo berrinche como el de la canción de Cri-Cri.
Está comprobado que los niños pueden tener las papilas gustativas de la lengua hasta 20% más sensibles que los adultos, y hay un 10% de las personas que son genéticamente más sensibles a los sabores amargos o ácidos.
De hecho, nuestra repulsión por los sabores amargos es una respuesta evolutiva, ya que muchas sustancias tóxicas o venenosas son amargas, y por eso no le gustan a nuestro cuerpo, porque son malas para nosotros. Y no solo a la lengua, donde tenemos receptores para los 5 tipos de sabores: amargo, ácido, dulce, salado y umami (ese sabor a Knorr Suiza), sino que al parecer, el estómago puede tener también una respuesta al sabor amargo, causando vómito al percibirlo, para deshacerse de las sustancias potencialmente dañinas.
Por eso, es muy importante que los medicamentos, que muchos por naturaleza son amargos, puedan ser fabricados en formas farmacéuticas que sean fáciles de ingerir, a las que se les puedan añadir sabores naturales o artificiales que enmascaren o compensen los malos sabores, para que los niños, y algunos adultos, puedan tomarlos más fácilmente y completar el tratamiento para llegar a curarse, ya que a esa edad (o algunos adultos también) no pueden tragar comprimidos, tabletas, cápsulas, y necesitan jarabes, suspensiones u otro tipo de “preparados” que, básicamente, sepan lo suficientemente rico.
Algunos estudios muestran que un sabor aceptable aumenta hasta un 80% el cumplimento del tratamiento, especialmente en casos como antibióticos, donde se tiene que completar el tratamiento al pie de la letra para evitar que las bacterias se hagan resistentes.
Los sabores más populares para niños han sido chicle, uva o cereza, usados desde hace muchos años. Pero muchos de estos estudios se hicieron copiando el modelo de Estados Unidos, y se les olvidó que hay que tomar en cuenta los gustos locales de cada país. Además, algunos sabores “anticuados” puede que no sean del gusto de todos.
Así que se hacen estudios para ver qué sabor tiene más aceptación en combinación con cierto medicamento y forma farmacéutica: algunos funcional bien con antibióticos, otros con jarabes para la tos, otros con suspensiones para el dolor de estómago, u otros con medicamentos más complicados como anticancerígenos, donde es de vida o muerte que el paciente lo tome completamente.
En los estudios se comparan diferentes sabores, en varias concentraciones, y se les pide a los pacientes que lo califiquen en una escala, sobre cuánto les gusta, si están dispuestos a tomarlo más de una vez, o si preferirían otro sabor u otro tipo de preparación.
Debido a estos estudios es que hay nuevos sabores disponibles, ya que mucha gente los pidió y los calificó como aceptables: plátano, frutas, naranja, miel, vainilla, fresa, chocolate ¡y más! Y además se descubrió que hay algunos perfiles de sabor que funcionan bien a través de diferentes culturas, por lo que no se tiene que cambiar en cada país.
Cuando yo era chiquita, mi jarabe favorito era Actifed, antihistamínico para los síntomas del catarro o gripa, sabía como a vainilla-miel, también me gustaba la suspensión Amoxil, que era rosa y sabía a chicle, y el jarabe para la tos Bricanyl Ex, que sabía como a Sprite. El que no me gustaba era Tempra, para la fiebre, de sabor uva.
Ahora, en algunas farmacias de Estados Unidos, para algunos medicamentos puedes escoger el sabor que quieras (hay unos 20 sabores para escoger), ya que los preparan ahí mismo, solamente añaden el principio activo sin sabor, y le añaden el saborizante de tu elección, por un costo extra.
Además, no solamente importa el sabor, sino la forma farmacéutica: no nada más jarabes, sino que se han creado otras formas como tabletas masticables, tés, pastillas para chupar o disolver en la boca, pastillas efervescentes, o polvo para bebidas (¿se acuerdan de Cal-c-tose?), etc. Pero las nuevas generaciones han visto gomitas, que empezaron como vitaminas para niños, y ahora los adultos las pidieron también y están disponibles para ellos, o malteadas ya preparadas como Ensure, o cápsulas de gel para que los aceites de pescado no sepan a nada (aunque después repitas con ese sabor).
Pero hay nuevas formas farmacéuticas, como antibióticos en forma de gránulos sin sabor, que vienen en un popote y que solo hay que acompañarlas con un vaso de tu bebida favorita, y se disuelven al pasar el líquido por la pajilla, y son fáciles de ingerir. O recuerdo cuando mis compañeros de la universidad hicieron chicles estilo Bubaloo con relleno líquido de paracetamol (creo que serían un éxito, los deberían de comercializar).
Así que todo el tiempo se están haciendo estudios en diferentes etapas, no solo para garantizar la seguridad (que no hagan daño) o la eficacia (que sí sirvan) de los medicamentos, sino además con la finalidad de que sepan rico para que los pacientes se los tomen con gusto las veces que sean necesarias para su curación (o no pacientes, si son vitaminas u otras medidas para prevenir enfermedades).
Ustedes qué opinan, queridos lectores: ¿cuáles eran los medicamentos que no se querían tomar cuando eran chicos (o grandes), y cuáles eran sus favoritos? Déjennos sus comentarios en redes sociales y no olviden seguirnos, leer todos nuestros artículos y escuchar nuestros episodios del podcast. ¡Hasta la próxima!